Cheo Feliciano y don Prudencio
Fuente: El Nuevo Dia - Por: Jaime Torres Torres
En cada encuentro lo asalta la memoria de su padre caminando con su caja de herramientas desde su pequeña casa en la Calle Guadalupe hasta la Playa de Ponce.
Con lo poco que ganaba el carpintero Prudencio Feliciano, Cheo y su hermano Julito asistieron a la escuela.
A su esposa Chenchita tampoco le faltó nada, a pesar de la pobreza que, a mediados de la década del 50, estremecía a Puerto Rico.
“Era tan precaria la situación, que el viejo no tenía ni para pagar una guagua ni para ahorrar y tener el pedacito de pan en la mesa, que nunca nos faltó”, reveló Cheo sin reprimir el sentimiento.
Como un regalo de padres que jamás olvidará, Cheo lo visitó junto a esposa Cocó y sus nietos, biznietos y tataranietos.
Prudencio, de 100 años, reside en el barrio Cupey Alto de Río Piedras, atendido por las amas de llaves Natty y Raquel que lo alimentan y cuidan muy bien.
Sentado en su sillón de ruedas, con la pierna izquierda amputada a la altura de la rodilla, frágil y añejo, el semblante de don Prudencio se ilumina de alegría las veces que escucha la voz de Cheo.
Si hoy le canta a la vida, si sabe de música y le inspira al amor con tanto sentimiento es gracias a los valores que Prudencio forjó en su ser.
“Es un hombre que entregó su vida para educar a dos; a Julito y a mí, a fuerza de martillo, serrucho y mandarria bajo el sol de Puerto Rico; y a fuerza de cargar la caja de herramientas que pesaba más que él”, recordó Cheo.
A Prudencio, de la cría de su amigo Millito Navarro, “lo pusieron lindo” para la sorpresa reservada por su familia.
Nuevamente extrañó a su adorada esposa Chenchita. No entiende por qué ya no lo acompaña y se pregunta si, después de 69 años de unión, ya no lo quiere.
Cheo lo consoló recordándole que está enfermita y que, tarde o temprano, sus corazones se reencontrarán en el camino del amor que se juraron para toda la vida.
Aunque siempre ha disfrutado contando chistes subiditos de tono, esta vez Prudencio optó por observar y escuchar a sus seres queridos, con una sonrisa a flor de labios.
Sólo se quejó de que no le han recortado los pelos de las orejas y rápidamente Natty, a petición de Cheo, dijo que lo complacería.
Durante la década del 50, cuando residía en el Barrio Latino de Nueva York, Prudencio le dijo a Cocó que se aguzara con Cheo porque era “muy enamorado”.
La conquistó con el bolero “Como ríen” que Cheo compuso y grabó con Joe Cuba. Y en un amor para la historia, unieron sus vidas en 1958.
Frutos de su unión matrimonial son Michelle, Cheíto, Chegüito y Richie. Núcleo de vástagos ampliado con Alberto, jovencito que, el destino le reservó a Cheo.
El intérprete de “Amada mía” lo presentó como su hijo.
Hoy tiene 15 años y Cocó lo quiere. “En la vida Dios todo lo tiene programado. Sabía que en algún momento esto iba a pasar y que yo me enteraría. Cuando sucedió ya yo estaba en los caminos del Señor y pude bregar. De lo contrario, no porque yo era una mujer muy fuerte. Tuve un carácter volátil. Pero al mes le dije a Cheo: ‘lo debes traer para que conozca sus hermanos’”.
Cheo lo matriculó en unas clases de piano que Alberto no quiso continuar. Actualmente el chico practica el baloncesto. Y es parte de la familia Feliciano que, honrando su apellido, puede afirmar que es feliz.
Cocó lo atribuye a una bendición de Dios, que transforma corazones. Cheo la acompaña a la iglesia Sendero de la Cruz que pastorean Mauricio y Elizabeth Guidini.
“Cheo va conmigo, pero nunca se ha metido de lleno como yo, que llegué a discipular en casa”, dijo Cocó.
Julito, el hermano de Cheo, observaba sin articular palabras, como si grabara profundo en su ser cada segundo de la visita a don Prudencio.
La alegría fluía a raudales.
Cheo no reprimía las lágrimas de gozo por el milagro de un hogar unido. El tiempo, que no se detiene, es el peor antagonista de la familia. En 1953, según recordó, leyó el libro “1984” y aprendió una lección: vivir cada minuto a plenitud.
“Es importante celebrar cada segundo lo que es la familia porque el tiempo pasa muy rápido. En ese momento yo veía tan lejos el 1984 y aquí estamos en el 2009 y parece que fue ayer. Aprovechen cada segundo de sus hijos; los hijos de sus padres y los nietos de sus abuelos, con ese abrazo que es para siempre, que es esencia y se acaba pronto”.
José “Cheo” Feliciano se acercó a Prudencio y, recordando la composición “Juan Albañil” de Tite Curet Alonso, le susurró la letra que mejor describe al humilde y abnegado carpintero ponceño que, desde el andamio de la vida, construyó la casa de la felicidad.
En cada encuentro lo asalta la memoria de su padre caminando con su caja de herramientas desde su pequeña casa en la Calle Guadalupe hasta la Playa de Ponce.
Con lo poco que ganaba el carpintero Prudencio Feliciano, Cheo y su hermano Julito asistieron a la escuela.
A su esposa Chenchita tampoco le faltó nada, a pesar de la pobreza que, a mediados de la década del 50, estremecía a Puerto Rico.
“Era tan precaria la situación, que el viejo no tenía ni para pagar una guagua ni para ahorrar y tener el pedacito de pan en la mesa, que nunca nos faltó”, reveló Cheo sin reprimir el sentimiento.
Como un regalo de padres que jamás olvidará, Cheo lo visitó junto a esposa Cocó y sus nietos, biznietos y tataranietos.
Prudencio, de 100 años, reside en el barrio Cupey Alto de Río Piedras, atendido por las amas de llaves Natty y Raquel que lo alimentan y cuidan muy bien.
Sentado en su sillón de ruedas, con la pierna izquierda amputada a la altura de la rodilla, frágil y añejo, el semblante de don Prudencio se ilumina de alegría las veces que escucha la voz de Cheo.
Si hoy le canta a la vida, si sabe de música y le inspira al amor con tanto sentimiento es gracias a los valores que Prudencio forjó en su ser.
“Es un hombre que entregó su vida para educar a dos; a Julito y a mí, a fuerza de martillo, serrucho y mandarria bajo el sol de Puerto Rico; y a fuerza de cargar la caja de herramientas que pesaba más que él”, recordó Cheo.
A Prudencio, de la cría de su amigo Millito Navarro, “lo pusieron lindo” para la sorpresa reservada por su familia.
Nuevamente extrañó a su adorada esposa Chenchita. No entiende por qué ya no lo acompaña y se pregunta si, después de 69 años de unión, ya no lo quiere.
Cheo lo consoló recordándole que está enfermita y que, tarde o temprano, sus corazones se reencontrarán en el camino del amor que se juraron para toda la vida.
Aunque siempre ha disfrutado contando chistes subiditos de tono, esta vez Prudencio optó por observar y escuchar a sus seres queridos, con una sonrisa a flor de labios.
Sólo se quejó de que no le han recortado los pelos de las orejas y rápidamente Natty, a petición de Cheo, dijo que lo complacería.
Durante la década del 50, cuando residía en el Barrio Latino de Nueva York, Prudencio le dijo a Cocó que se aguzara con Cheo porque era “muy enamorado”.
La conquistó con el bolero “Como ríen” que Cheo compuso y grabó con Joe Cuba. Y en un amor para la historia, unieron sus vidas en 1958.
Frutos de su unión matrimonial son Michelle, Cheíto, Chegüito y Richie. Núcleo de vástagos ampliado con Alberto, jovencito que, el destino le reservó a Cheo.
El intérprete de “Amada mía” lo presentó como su hijo.
Hoy tiene 15 años y Cocó lo quiere. “En la vida Dios todo lo tiene programado. Sabía que en algún momento esto iba a pasar y que yo me enteraría. Cuando sucedió ya yo estaba en los caminos del Señor y pude bregar. De lo contrario, no porque yo era una mujer muy fuerte. Tuve un carácter volátil. Pero al mes le dije a Cheo: ‘lo debes traer para que conozca sus hermanos’”.
Cheo lo matriculó en unas clases de piano que Alberto no quiso continuar. Actualmente el chico practica el baloncesto. Y es parte de la familia Feliciano que, honrando su apellido, puede afirmar que es feliz.
Cocó lo atribuye a una bendición de Dios, que transforma corazones. Cheo la acompaña a la iglesia Sendero de la Cruz que pastorean Mauricio y Elizabeth Guidini.
“Cheo va conmigo, pero nunca se ha metido de lleno como yo, que llegué a discipular en casa”, dijo Cocó.
Julito, el hermano de Cheo, observaba sin articular palabras, como si grabara profundo en su ser cada segundo de la visita a don Prudencio.
La alegría fluía a raudales.
Cheo no reprimía las lágrimas de gozo por el milagro de un hogar unido. El tiempo, que no se detiene, es el peor antagonista de la familia. En 1953, según recordó, leyó el libro “1984” y aprendió una lección: vivir cada minuto a plenitud.
“Es importante celebrar cada segundo lo que es la familia porque el tiempo pasa muy rápido. En ese momento yo veía tan lejos el 1984 y aquí estamos en el 2009 y parece que fue ayer. Aprovechen cada segundo de sus hijos; los hijos de sus padres y los nietos de sus abuelos, con ese abrazo que es para siempre, que es esencia y se acaba pronto”.
José “Cheo” Feliciano se acercó a Prudencio y, recordando la composición “Juan Albañil” de Tite Curet Alonso, le susurró la letra que mejor describe al humilde y abnegado carpintero ponceño que, desde el andamio de la vida, construyó la casa de la felicidad.
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