Como aire de vida que fluye dentro de nuestros oídos
Fuente: Granma, Cuba. Por: Guille Vilar
Cuando nos dicen que el aire que fluye y refluye por las narices es el mismo aire que recorre ríos, valles y montañas, nos confirman la creencia de que, en la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto, semejante rango de belleza es el mismo que identifica a quienes tenemos la suerte de haber nacido en dicho entorno natural.
Estos vínculos entre paisaje y cultura entretejen el alma de una nación cuando son interpretados desde la apasionada y lúcida perspectiva de un músico extraordinario.
En el venerable momento al que fuimos convocados este sábado, nos honró alzar la voz para hacer el elogio de quien, como pocos, ha encontrado en el rostro de lo nuestro la alegría y las esencias propias de la identidad a través del baile.
A los personajes de sus canciones los descubrimos entre los asideros más comunes de la vida cotidiana, rebosantes de esa picaresca criolla en que nos vemos reflejados. Pero para poder arribar al permanente estado de gracia que le distingue, ha tenido que interiorizar lo aprendido durante largos años de encomiable esfuerzo, dedicados a compenetrarse con el enigma de lo cubano.
Su genialidad radica en que, simultáneamente, mientras fundamenta el lenguaje formal de una obra concebida desde los códigos comunicantes de su tiempo, también se siente obligado con el rescate del sabor de añejas componendas musicales, cuya legendaria herencia ha quedado para prevalecer en cada nueva generación de cubanos.
Con maestros de tal estirpe resulta imposible tener la sensación de encontrarnos ante el testimonio del artista que recrea para una época que ya no existe, porque el paradigma de su entrega profesional precisamente consiste en no olvidar a quienes lo antecedieron, tener en cuenta a quienes lo rodean y, sobre todo, pensar en los que están por venir.
Frank Fernández, Adalberto Alvarez y Jorge Luis Rojas
Por estos ideales a los que ha entregado su vida, los rasgos del carácter aparecen enmarcados por aquellos acentos de una sencillez proverbial y de una efusiva nobleza que le han otorgado el sobrenombre del Caballero del son.
En fin, si a uno de los apóstoles de la música cubana, al gran Benny Moré, le bastaba el saludo y el reconocimiento de su pueblo para ser feliz, este inspirado profeta de la cultura raigal en la persona de Adalberto Álvarez, tampoco necesita de más.
Por tales razones, pongamos nuestras manos en los corazones y pidamos por que nos dure otros 35 años para recibir esa bendición de la música de Adalberto Álvarez y su son esparcida como aire de vida que fluye dentro de nuestros oídos.
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