Septeto Acarey: el son de la nueva escuela
Septeto Acarey en pleno. De izq. a der: Luis Cuenca, Ángel Torres, Junior Caro, Reynier Pérez, Alberto Terrazos, Amauri Suárez y Kenyo Herrera
Fuente: Domingo de La República. Por: Renzo Gómez
Ensayan en un nido, solo suenan en una radio, y los confunden con extranjeros. Pero tocaron en el estadio Azteca, están gestando su tercer disco y acaban de ser nominados al Grammy Latino. El Septeto Acarey y una vieja contienda que están ganando con un son renovado, temas inéditos, y una gran cuota de fe.
Un hombre robusto y semicano muestra su DNI, con los ojos vidriosos. Más que un desborde, su emoción es una precipitación contenida.
Es la mañana del jueves 20 de septiembre, y desde su auto, Reynier Pérez, bajista cubano de la santera Guanabacoa, le anuncia a sus seguidores que su Septeto Acarey acaba de ser nominado a mejor canción tropical en la edición más reciente de los Grammy Latino.
El soplido más leve podría derramar su alegría. Una alegría en shock, incapaz de liberarse y con ansias de desquite.
Todavía hoy, a casi cuatro años de haber fundado en Lima esta agrupación de son cubano, le preguntan en redes sociales: ¿cuándo organizará una gira por el Perú?
Por eso, desde ese balconazo digital que es el streaming, Reynier, nacionalizado desde el 2007, insiste, con DNI en mano, que es uno más de nosotros, y que este galardón también nos pertenece.
Sones a la Virgen
Música de casinos, cruceros, restaurantes turísticos o, simplemente, de viejitos. Así cataloga la actualidad, sorda por el trap decadente y el reggaeton más bobo, al son cubano, vientre de la música popular bailable, que alumbró a fines del siglo XIX en las montañas orientales de la isla.
En un mercado como el peruano, donde la salsa dura y la timba se disputan los archipiélagos que les deja la cumbia, nuestro género por excelencia, y donde, además el talento nacional se ha entregado -y entrega- con resignación al cover, fundar una orquesta de son con temas propios era un acto demencial, principista y estoico.
El 14 de octubre de 2014, luego de renunciar a Mayimbe y distanciarse de su director Bárbaro Fines -hasta entonces su íntimo amigo y padrino del menor de sus dos hijos-, Reynier Pérez inició su camino de púas.
Al cabo de dos meses, la familia de su esposa y ahora mánager, Carolina Acosta, le hizo un pedido como devotos de la Virgen de Guadalupe: que Acarey tocara, en su día, el 12 de diciembre, coronando una procesión que la pasea en andas todos los años, en San Miguel.
Frente a su estatua de yeso y vestido de blanco, Reynier lanzó sus plegarias. Una en especial: que el 2015 lo cogiera con trabajo. Que su apuesta, por lo menos, le diera para lo esencial. A él y a su tropa de músicos (por esa época, los hermanos Muchaypiña, el tresero Oswaldo 'Mita' Barreto, y el vocalista Carlos Supo).
Pero el 2015 fue lánguido e inmisericorde. Produjeron dos temas y un videoclip (una versión de Eres mi sueño, un merengue de Fonseca), pero no tuvieron tocadas. Ni una sola.
Las manos de Reynier buscaron el sustento no en las cuerdas de su bajo sino en el timón de su auto. Hizo taxi.
“Vaya, me sentí mal. Me dije: coño, estoy haciendo algo que no tiene futuro”, dijo el músico autodidacta, criado en Santa Cruz del Norte, entre La Habana y Matanzas.
Llegó diciembre, y Acarey volvió a dedicarle sus sones a la Virgen.
Pero el 2016 no fue muy distinto: muchos ensayos y poquísimas fechas. Rondó el extravío. Y a Reynier no le quedó de otra que desprenderse de sus cosas: vendió un Daewoo, una coaster a la que apodaba 'La Fiera', y remató incluso uno de sus bajos.
El bautizo del septeto se puso a prueba. Aunque por su resonancia africana se asemeje a un término de la mitología Yoruba, Acarey es un acrónimo de su familia: Ca de Carolina, su esposa; Rey de sus dos hijos: Reyniero (9) y Reynaldo (5); y la A, como una licencia gramatical en aras del querer: A de amor.
En diciembre de 2016, la Virgen de Guadalupe se manifestó a través de YouTube, premiando esa firmeza: Eres mi sueño, su solitario videoclip, había conseguido 100 mil visitas, y un centenar de halagos. La mayoría, oh, sorpresa, desde México, donde la Virgen se apareció hasta en cinco ocasiones.
Y es allí, en el DF, donde han sido bendecidos. Su tema se convirtió en hit, y en octubre de 2017 fueron invitados a un festival de música regional, organizado por La Ke Buena, radio de Televisa.
Sus bocas caen desvencijadas cada vez que recuerdan aquel concierto en el estadio Azteca frente a cien mil almas.
Pero habría una bendición más: Jorge Luis Piloto, afamado compositor cubano, afincado en Miami, cuyas canciones han sido interpretadas por Celia Cruz, Olga Tañón, Mariah Carey, Christina Aguilera, y tantos más le comunicó a Reynier que le cedería temas inéditos para su segundo disco.
Acarey levantaba vuelo.
Doble riesgo
Un son hembrita, sin la potente sonoridad de los septetos tradicionales de Santiago de Cuba, pero romántico y moderno.
Esta definición es una cortesía de un entendido de la música antillana tras escuchar las melodías de Acarey.
Son dos las razones, explican: acercar al público juvenil, embelesado por los géneros urbanos y lo segundo, pues es el aporte peruano a las raíces campesinas de la isla. El componente metafísico de la peruanidad, así como existe su par, la tan mentada cubanía.
Sea como fuere, el mix llamó la atención del sonero boricua Gilberto Santa Rosa. Piloto, su íntimo amigo, quien le compuso Perdóname, himno compasivo de la traición, le planteó grabar Enamórate bailando, una invocación galante desde el parqué.
Piloto fue claro con Reynier: “Corres un doble riesgo: no vas contar con Santa Rosa para cantarla en vivo, y si es un hit el público pensará que es un cover de Acarey”.
El director ni lo dudó. Al punto que retiró el tema que inicialmente iba a bautizar al segundo disco (El son es mi identidad), y le puso, sin más, Enamórate bailando.
El 4 de mayo, la mañana anterior a su concierto por su 40 aniversario de carrera artística, Gilberto Santa Rosa se juntó con los muchachos en un estudio miraflorino.
Junior Caro no sabía a qué hora pedirle el selfie. El exvocalista de Camagüey es quien ha recibido el encargo de defender el tema en cada concierto. Y vaya que su timbre posee las condiciones.
Al igual que Alberto Terrazos, la otra voz principal, muy solvente gracias a una enorme experiencia a cuestas, ganada en varias orquestas y tarimas.
El resto del equipo no se queda atrás: hay tres músicos de escuela: los percusionistas Kenyo Herrera y Ángel Torres. Este último amazonense de la provincia Rodríguez de Mendoza. Y el tresero Amauri Suárez, la última incorporación del septeto.
El ADN del son es, indudablemente, el tres cubano, una guitarra con doble cuerda, armónica y rítmica que cumple una función muy similar al piano en los montunos. “Le dicen el piano de los pobres”, ilustra Amauri, instrumentista formado en Argentina, con inclinaciones al jazz.
De los fundadores, además de Reynier, se mantiene Luis Cuenca, trompetista chalaco que integrara la mejor época de Mayimbe. Sin el respaldo de los trombones ni de otra trompeta, debido al formato, es el único viento, y por ello debe sonar como si tuviera el ímpetu de cuatro pulmones.
“Ya nos sentimos ganadores”, dicen en coro.
En su categoría a mejor canción tropical del 2018 compiten contra tres hits del sello Sony: Cásate conmigo (Silvestre Dangond & Nicky Jam), Quiero Tiempo (Víctor Manuelle & Juan Luis Guerra) y Simples corazones (Fonseca). Y, por fortuna, contra otro peruano, el timbalero Tony Succar en la voz de Jean Rodríguez del sello Unity Entertainment.
Mientras tanto, hasta la gala del 15 de noviembre en Las Vegas, el septeto ensaya en casa de Reynier, en San Miguel, en lo que fue un nido de inicial. Aun hoy, apenas suenan en una radio. Pero por suerte ayer sábado tuvieron una maratón de cuatro presentaciones. Como patentó Ignacio Piñeiro: “el son es lo más sublime para el alma divertir, se debiera de morir quien por bueno no lo estime”.
Ténganlo claro.
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