11 dic 2017

Alex Acuña: "Dios envió a Pérez Prado para cumplir mi sueño"



“De niño, mi sueño era viajar por el mundo haciendo música. Dios envió a Pérez Prado para cumplir ese sueño”. Es una de las primeras frases que le salen del corazón a Alex Acuña, nuestro gran percusionista radicado en los Estados Unidos, al recordar al músico cubano cuyo centenario de nacimiento se celebra hoy.

Desde su estudio en California, Acuña rememora algunos pasajes de su relación personal y profesional con el creador del mambo, la misma que lo marcó mucho a pesar que solo duró dos años. Antes de empezar me advierte que en las entrevistas no suele hablar con el cerebro sino que lo hace con el corazón.

El corazón de Alex habla:

Dámaso Pérez Prado fue utilizado por Dios para bendecir mi vida a un nivel muy alto. De pequeño yo escuchaba mucha radio y así me aprendí el repertorio de Pérez Parado y la Matancera, ya que en Perú por entonces se escuchaba mucha música afrocubana.

Yo llegué a Lima en 1961 y me inscribí en el sindicato de músicos que quedaba en el Jr. Paruro. Hasta hoy conservo el carnet de aquel entonces. Al año siguiente empecé a trabajar como músico de sesión en Iempsa, que editaba los discos Odeón bajo la batuta de don Augusto Sarria y luego me contrataron del Canal 13 en “El Hit de la 1” con Enrique Maluenda y también del Canal 2 para el programa de las 9 de la noche que animaba Rulito Pinasco. En el canal 13, el director de la orquesta era Ñiko Estrada y luego el bajista Pepe Hernández. Con solo 18 años yo ganaba mucho dinero porque trabajaba diariamente de nueve de la mañana hasta la madrugada. Ya me había comprado un carro (no muchos músicos tenían uno) y mis padres contrataron a un chofer que era amigo de la familia para que me llevase a todos los sitios donde trabajaba.

Cuando inauguraron el canal 2, llegó a Lima Olga Guillot. Fue ahí donde Pérez Prado me vio tocar, a comienzos de 1963 y envió a su representante quien me ofreció unirme a su banda porque necesitaba un baterista primero para la gira que realizaría por Sudamérica y luego para otra en los Estados Unidos. Al recibir la invitación, le pregunté al propio Pérez Prado por qué quería contratarme si en los Estados Unidos había excelentes bateristas. “Ellos inventaron la batería y nadie en la tierra puede tocar dicho instrumento mejor que un norteamericano” le dije. Pérez Prado me respondió: “La forma como tocas y el sabor que le pones, eso es lo que yo quiero en mi banda”.

También le sorprendió mi conocimiento musical sobre jazz, las big bands y “american music”. Haber estado en la orquesta de mi padre, que tocaba todo tipo de música, me sirvió de escuela y además compraba muchos discos para aprender sobre todos los estilos posibles. Yo era una suerte de “Google musical”.

Cuando firmé el contrato fuimos al consulado americano y me dieron el “green card”, es decir yo salí de Perú con visa de residente permanente. Fuimos a los carnavales de Venezuela, luego visitamos Buenos Aires, Río y Caracas y de ahí a los Estados Unidos. Me acuerdo que a fines de ese año él estrenó su más reciente creación, el dengue, que causó sensación entre los peruanos por lo cual grabamos dos discos en Iempsa, en el año 1964.

El dengue se tocaba con el aro de un carro y quien tocó el aro en esas grabaciones fue “El Niño”, el papá de Macario, quien también tocó en el disco Socabón de Nicomedes Santa Cruz.


En Estados Unidos la gira comenzó en Las Vegas y luego grabé un tercer disco titulado Lights, Action, Prado! para la United Artists, donde grababa Tito Rodríguez, en el cual habían canciones de películas al estilo de Pérez Prado, dengue incluido.

Fue como un padre para mí. Me decía que, a pesar de mi corta edad, yo era muy “profundo” al hablar y enviaba a los mayores de la orquesta, en especial a Jaime Calderón (quien era trompetista y su director musical) a que me cuidaran. Pérez Prado me llevaba 27 años de edad, imagínate. Yo era un joven provinciano que solo estuvo dos años en Lima y que de ahí salió para Estados Unidos por lo que a los músicos mayores les decía: “Cuídenme a Alejandro” (así me llamaba él). Encima, trabajara o no, pagaba muy bien, 300 dólares semanales que eran “un dineral” para la época. Recuerdo que con mi primer adelanto me compré una batería.


Cuando ensayábamos me explicaba lo que quería en la batería y yo lo hacía según el estilo que mandara. En el escenario era muy enérgico: daba patadas en el aire, gritaba, bailaba y eso lo interpreté de inmediato, porque hay un dicho que reza: “si tienes un buen baterista la banda va a sonar bien”. Así se metía al público en el bolsillo.

Él tuvo una gran educación musical, tocaba clásico y era dueño de un ritmo increíble. Sus solos de piano eran una combinación de música clásica con solos de timbal. Parecía un timbalero cuando tocaba el piano, es que era de Matanzas y de ahí pues son “Los Muñequitos de Matanzas”, puro ritmo. Es como en Perú decir que eres de Chincha.

Recuerdo muchas anécdotas. Durante esa gira en Estados Unidos, y recuerda que era el año 1964, todavía existía el racismo en los Estados Unidos. Entonces cuando fuimos al sur, él no podía entrar a restaurantes que eran para la gente blanca. Yo venía de Perú y le decía “en mi país no existe eso, yo soy indio y puedo entrar a cualquier parte si tengo dinero para pagar”. Él me decía “acá no”. Como entre los músicos habían varios blancos, ellos me llevaban, me sentaban en medio de ellos y después sacábamos dos platos de comida, uno para Daisy Guzmán y otro para él que nos esperaban en el carro.


Chicago, 1964: Pérez Prado y su banda con el joven baterista peruano Alex Neciosup Acuña.


De los músicos que por esa época eran de la banda y que recuerdo, aparte de Jaime Calderon, estaban el otro trompetista que se llamaba Al Parra, el conguero Lee Pastora, el saxofonista Lino Hernández y los bongoceros Johnny Keda y Joe Baerga.

Cuando pasaron dos años y terminó mi contrato, Pérez Prado me dijo: “mira Alejandro, ya tienes residencia y puedes entrar y salir de este país. Eres joven, tienes un gran futuro pero te aconsejo que estudies inglés para que puedas trabajar en el ámbito norteamericano porque ahí podrás crecer musicalmente”. Yo me quedé en los Estados Unidos, él se fue a México y nunca más lo volví a ver.


Dámaso Pérez Prado fue uno de los mejores músicos de Cuba, una muy bella persona y excelente profesional. Un genio, porque para inventar algo que quede para la posteridad, para toda la vida (como él lo hizo) hay que serlo. Estoy muy orgulloso de haber sido su discípulo y músico de su gran orquesta.

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