El centenario de El Montunero Pío Leyva
Fuente: Granma, Cuba. Por: Pedro de la Hoz
Mulato simpático y ocurrente, pero sobre todas las cosas sonero de raza y corazón, que supo empinarse desde su cuerpo pequeño y magro. Este 5 de mayo Wilfredo Leyva Pascual, o mejor dicho, Pío Leyva hubiese cumplido cien años de edad.
Me parece verlo con un largo tabaco prendido a los labios, impecablemente vestido, con el pantalón sujeto por tirantes, y tocado de una gorra que completaba su estampa risueña.
A inicios de siglo luchaba contra el paso del tiempo por su anatomía, pero mantenía el oficio y el sabor en cada frase dicha para compartir el gozo por la música cubana, dentro y fuera de la Isla.
Fueron los días en que se situó en la cresta de la ola del nuevo boom de la tradición trovasonera, junto a las tropas de Buenavista Social Club, Afro Cuban All Stars –al llamado de Juan de Marcos– y Los Hijos de Cuba, esta última una de las aventuras más fascinantes emprendidas por Pío en el 2005, un año antes de su deceso, en la cual se presentó y grabó con músicos más jóvenes, entre ellos Osdalgia, El Nene, Mayito Rivera, Robertico Carcassés, Luis Frank y Telmary.
Pero desde muchísimo antes de que fuera uno de los protagonistas de la renovada puesta en escena mundial de la vertiente tradicional, Pío era el montunero de Cuba.
En su natal Morón hizo sus primeras armas como bongosero y cantante en agrupaciones de ocasión, hasta que debutó allí profesionalmente en 1932 con el septeto Caribe. Él mismo confesó cómo su director Juanito Blez le ayudó a proyectarse en el son.
Anduvo por Camagüey y más tarde llegó a La Habana, en aquellos años 50 tan difíciles y competitivos. Tomando de aquí y allá de la picaresca popular, lanzó El mentiroso –su caballo de batalla, compartido en factura con Miguel Ojeda– al que le fue añadiendo estrofas a medida que los préstamos y la imaginación venían a su mente. Bebo Valdés vio un filón en esa veta del montunero y registró con la orquesta Sabor de Cuba una formidable versión de la pieza.
No debemos, sin embargo, limitar la fama de Pío a ese emblema. Es hora de recordar al compositor de obras tan populares en la voz del Benny como Francisco Guayabal y Mulata con cola. O la manera en que enriqueció el repertorio de Roberto Faz con Nadie baila como yo, o la suerte que tuvo Pello el Afrokán al conjugar la chispa creativa de Pío para armar el célebre mozambique María Caracoles.
Eran años en los que Pío sonaba y pegaba temas suyos y de otros autores, unas veces con el venezolano Billo Frómeta o la banda de los Hermanos Castro y otras, después, con su propia formación Los Montuneros. Quien quiera oír, que escuche la sabrosura criolla que le puso a El bombón de Elena, el clásico del puertorriqueño Rafael Cepeda que puso en órbita Cortijo y su Combo. De data más reciente me quedará siempre su inefable dúo con Omara Portuondo en Bajo un palmar , y la forma en que se integró a la descarga total de Maraca en Sonando.
Lo justo, deseable y bueno será en los próximos cien años seguir la rima del montuno con la gracia y el talante de Pío Leyva
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