Celebración (adelantada) del Centenario de Daniel Santos
En Puerto Rico y otros lugares del mundo hoy se celebra el centenario del nacimiento de "El Jefe" Daniel Santos. Aunque merecida, se trata de una celebración errada en la fecha, puesto que, según la partida de nacimiento de Daniel, su fecha exacta de su natalicio es 6 de Junio.
Aunque la fecha no es exacta, el motivo es merecido. A continuación dos artículos (uno de Puerto Rico y otro de Colombia) dedicados a recordar a "El Inquieto Anacobero"
Fuente: El Nuevo Día, Puerto Rico. Por: Ana Enid López
“Él vivió como dice la canción: a su manera”.
Así resume Josean Ramos, periodista y escritor, la vida del popular cantautor boricua, Daniel Santos, quien nació en Santurce un 5 de febrero, hace ya 100 años.
Y si el paso por este mundo del llamado Inquieto Anacobero se recuerda y se celebra todavía, es porque dejó una huella imborrable en la historia de la música puertorriqueña y latinoamericana.
Intérprete de joyas del cancionero popular del continente como “Vírgen de medianoche”, “Despedida”, “Obsesión”, “Linda” y “Vengo a decirle adiós a los muchachos”, entre muchas otras, Santos se destacó no sólo como cantante poseedor de una voz inconfundible, sino también por sus composiciones y por sus cualidades histriónicas. Pero, el artista puertorriqueño fue tan conocido por lo que hacía sobre los escenarios como por sus ejecutorias cuando se apagaba el micrófono y caía el telón.
Las anécdotas sobre Daniel Santos son interminables, pues todo aquel que lo conoció tiene algo fantástico que contar sobre él -no siempre positivo, pero siempre extraordinario- lo mismo sean escritores de renombre, colegas suyos o un grupo de borrachos en una barra de mala muerte como los que lo apodaron “El jefe” en una barriada de Colombia.
“Dondequiera que llegaba, todo giraba en torno a él”, añade Ramos, autor de la novela “Vengo a decirle adiós a los muchachos” para describir la imponente personalidad y el carisma del artista. Los cuentos de su vida incluyen momentos sublimes, como adoptar familias que ayudaba económicamente en secreto o comprar camas para su excompañeros de la cárcel que dormían en el piso. Otras, mucho menos agradables, hacen cuenta de sus borracheras y las peleas que formaba en clubes y burdeles que lo llevaron tras las rejas en sinnúmero de ocasiones, pero también a las primeras planas de algún periódico.
“Cada vez que se metía en problemas, llamaba a mi papá para que lo sacara de la cárcel”, relata la cantante Jacqueline Capó, hija del cantautor Bobby Capó, quien tuvo “una relación de amor y odio” con Daniel Santos.
“Papi lo insultaba y le decía hasta ‘trapo’, pero al final siempre lo ayudaba”, agrega la cantante, quien estableció un paralelo entre las carreras de estos dos gloriosos artistas: “Bobby Capó era el cantante de salón y Daniel Santos era la voz del pueblo”.
Curiosamente, esa voz que se volvió tan famosa fue descubierta de la manera más simple posible: mientras cantaba en la baño de su casa. Según narra Josean Ramos, quien fue su secretario de prensa, “Daniel Santos estaba en lo más profundo de su inspiración cuando sintió que le tocaban a la puerta. Era uno de los integrantes del Trío Lírico. Terminó de bañarse y se reunió con el resto de los integrantes del conjunto musical, quienes lo invitaron a participar en una actividad varios días después. Pasó un tiempo alternando con el Trío Lírico y el Conjunto Yumurí, hasta 1937 cuando conoció a Don Pedro Flores”.
Fue el reconocido compositor quien impulsó la carrera de Daniel Santos -especialmente en Cuba, donde fue vocalista de la famosa Sonora Matancera, en República Dominicana y Ecuador- pues lo escogió como el intérprete de sus inolvidables composiciones, muchas de las que se convirtieron en éxitos del cantante que se distinguió por su estilo único.
“Daniel Santos es un ícono para mí, ha sido uno de los personajes de mayor influencia en mi trabajo de artista, de cantor. Tenía una gran voz y empezó a usarla en un estilo que nació fortuitamente que causalmente se convierte en un boom de la canción romántica latinoamericana. Pero lo más que me impresionaba de él, era su presencia escénica, era un maestro. Fue la primera vez que vi a un cantor, actor. Eso solo lo vine a ver después en los cantores franceses como Gilbert Bécaud, que dramatizaban su canción. Daniel vivió una vida muy intensa y a todas esas vivencias les sacó partido. Por tanto, era un drama de la vida real que él podía encarnar cuando se sentaba en una mesa con su botella a conversar con el público”, abundó Danny Rivera, quien no pudo cumplir su sueño de hacer un concierto con su ídolo, el cual titularía “Los dos danieles’’.
Además del aspecto artístico, Danny Rivera se identificó con la figura de Daniel Santos por ser un seguidor de los ideales de Pedro Albizu Campos como él. Ese fervor patriótico, por el que fue señalado como comunista, lo expresó el hijo del carpintero Rosendo de los Santos y la costurera María Betancur en temas como “Despierta borincano”, “Levanta borinquen”, “Mi patria es mi vida” y “La borinqueña nacionalista”, recientemente descubierta por el escritor Josean Ramos en una caja olvidada con varios manuscritos del artista.
El cantante Chucho Avellanet fue uno de los afortunados que compartió con Daniel Santos en un plano de amistad más allá de los escenarios. Recuerda con una sonrisa el día que lo conoció personalmente, tras invitarlo a su programa de televisión.
“No querían que lo invitara porque todo el mundo decía que era un tipo problemático, pero yo insistía, y él aceptó. En la primera reunión que tuvimos de producción yo estaba dispuesto a hacer lo que él quisiera, aunque fuera solo presentarlo y despedirlo, entonces Daniel me dice: ‘Muchachito, ¿qué tú quieres que yo haga?’, y así fue, hizo todo lo que le pedí, cantamos juntos, así que yo estaba feliz”, recordó Chucho, quien se ríe a carcajadas cada vez que comparte las andanzas de Santos, que hoy parecen leyendas.
Pero la vida bohemia de Daniel Santos, quien se casó 12 veces y tuvo 12 hijos, al final le pasó factura. Los últimos días del artista, testifica Ramos, fueron muy tristes, agobiado por el Alzheimer que le hacía olvidar sus populares canciones. Su última residencia fue en Ocala, Florida, donde falleció tras sufrir un ataque cardíaco. Hoy sus restos descansan en el Cementerio María Magdalena de Pazzis, en el Viejo San Juan, donde comparte un panteón con sus amigos Mariano Artau y Yayo El Indio, muy cerca de las tumbas de sus adorados Pedro Flores y Albizu Campos.
En las velloneras más recónditas del país, también quedan sus canciones, así como en los archivos de coleccionistas de música y “danielistas” en toda Latinoamérica, donde el centenario de Daniel Santos se conmemora en grande como a él le hubiera gustado: con un trago en la mano, bailando uno de sus boleros y reviviendo un viejo amor.
Daniel Santos en Cali, 1980
La huella que Daniel Santos dejó en Cali
Fuente: El País. Por: Lucy Lorena Libreros
Corría 1964 y ese muchacho, Carlos Molina, vivía con sus hermanos y sus padres en una modesta casa de la Carrera 11. Aquella visita resultaba un asunto de justicia poética: justo allí, en las entrañas del barrio Obrero y sus sórdidas cantinas, había comenzado a escucharse con devoción en Cali la voz de trueno del tipo que esa tarde llegaba de visita: Daniel Santos.
El puertorriqueño ya era para entonces un hombre atildado. En Cali habían aprendido a escucharlo desde los boleros apretados que grabara con el conjunto de Pedro Flores. Porque ocurría que en esas cantinas muchos desaguaban el corazón de tantas palabras por decir con canciones como ‘Esperanza inútil’, donde una flor de desconsuelo “persigue en la soledad”.
Otros entendían de qué se trataba eso de que en el juego de la vida “juega el pobre, juega el rico”. Y otros más, presa de los malos amores, se preguntaban entre copas “Señor cartero, ¿no hay nada para mí?”, porque así también lo hacía Santos en su clásica ‘Linda’.
La liturgia era similar cada vez que ‘Margie’, ‘Virgen de Medianoche’, ‘Perfidia’ y, claro, ‘Despedida’ giraban en las vitrolas. O cuando los más gozones recordaban los tiempos en tiempo de guaracha que la Sonora Matancera ayudó a escribir al son del Tíbiri Tábara.
Carlos recuerda con nitidez esos años. Y los evoca, medio siglo después, en la pausa de un recorrido que hace a menudo en otra casa, también del Obrero. La suya. Fue aquí donde fundó lo que le dio por llamar El Museo de la Salsa, un santuario tapizado con cinco mil fotografías de artistas de ese género y otros del Caribe, en varias de las cuales saluda ‘El inquieto anacobero’.
...Daniel Santos durante un concierto en el Evangelista Mora. Santos empuñando una botella de whisky mientras entona ‘Vive como yo’. Santos afinando un piano minutos antes del concierto con el que celebrará en el Teatro Municipal los 50 años de la Sonora Matancera. Santos, años 70, durante un concierto del Hotel Aristi. Santos, vestido de camisa vino tinto, sentado a placer en esa casa del Obrero, después de tomarse el cafecito que doña Irma Salas, madre de Carlos, le servía cada vez que la visitaba...
“Es que Daniel quería mucho a Cali”, cuenta Carlos, en otra pausa de ese recorrido en el que enseña, orgulloso, las imágenes que atesora en su museo.
“La primera vez que vino a Colombia fue en el 53 —sigue narrando Carlos—. Llegó a Barranquilla y allá conoció a Armandito, mi hermano, que se había ido para probar suerte como músico. Daniel le tomó cariño y convirtió a mi hermano en su hombre de confianza; le compraba el periódico, los cigarrillos, y con los años hasta le ayudaba a cobrar el dinero de las presentaciones”.
Una década más tarde ocurriría entonces el encuentro aquél. “Llegó el jefe”, gritó la mamá de Carlos, quien esa misma noche, por invitación del ‘Sinatra del bolero’ —como llegaron a llamarlo— fue a parar al Club Latino, en la Calle 8 con 1, uno de los sitios en los que solía presentarse cuando incluía a Cali en sus giras por Colombia.
Otras veces solía vérsele en el Teatro Belalcázar, en la Calle 10 con 21, o en Los Años Locos, templo rumbero que se alzaba contiguo a la clínica Imbanaco. En todos esos lugares el ritual era siempre igual: Daniel Santos pedía que le acondicionaran sobre el escenario una mesita vestida de mantel blanco y sobre ella un vaso y una botella de whisky Johnnie Walker. Solo después de que se empujaba un primer trago largo, comenzaba a cantar.
Sería en una de esas presentaciones, el 26 de diciembre de 1971, cuando El Jefe conocería a la adolescente caleña que convertiría en su esposa.
Armando Molina, quien vive hoy en Miami, conserva nítido el recuerdo de esa noche: Daniel Santos se presentaba en la Caseta Panamericana, por los lados de la Roosevelt con 39, cuando en medio del público advirtió los aplausos de una jovencita de 16 años, piernas de reina y cabello negrísimo. “Pidió que se la buscara para que la llevara hasta el camerino. Y con mi hermano Carlos nos fuimos por toda la caseta hasta dar con ella, se llamaba Luz Dary Pedredín y Daniel le llevaba casi 38 años”.
La muchacha no solo terminaría almorzando con él al otro día; en los meses siguientes caminaría hasta la casa de los Molina, casi a diario, para aguardar por las palabras de amor que le regalaba Santos en sus llamadas desde Puerto Rico. Y la cosa siguió así hasta que, un año más tarde, se casaron en Ecuador para luego partir desde allí hacia la isla que encendió desde muy joven en El Jefe ese nacionalismo que dejó en canciones como ‘Fuera yankee’: “De aquí son los cuchifritos, la batata y el coquí; los que dicen ¡ay bendito!, esos sí que son de aquí (...) Fuera yankee go home, fuera yankee”.
La relación duraría muy poco. Solo cuatro años. Pero los suficientes como para que los hijos de ese breve matrimonio cultivaran para siempre un gran cariño por el artista. Quien lo cuenta es David. El hermano de Danilú. Ambos nacieron en Puerto Rico, pero tras la separación de sus padres vivieron buena parte de su niñez y adolescencia en Cali.
Era acá donde se veían con su padre. “Casi siempre en el Hotel Intercontinental. Estuvo muy pendiente de nosotros. A veces iba a Cali no necesariamente porque tuviera una presentación”, cuenta David, quien dice lamentar esa versión distorsionada, de hombre mujeriego y bohemio, que se ha construido alrededor del Inquieto Anacobero.
Cierto o no, quienes lo conocieron en Cali dibujan a un hombre con sus luces y sus sombras. Que lo mismo era elegante y conversador, que malgeniado y conquistador insobornable. Que su corazón era tan dulce como para apadrinar a Jazmeli, la hija de Armando Molina. Pero también tan vanidoso como para dejar botado un concierto solo porque sentía que habían intentado opacarlo.
Lo vivió el propio Carlos, el del Museo de la Salsa, una noche en que acompañó a Santos a una presentación en Los Años Locos. “Cuando vio el cartel de la entrada leyó que decía ‘Mano a Mano Orlando Contreras y Daniel Santos’. ¡Imagínese eso! El nombre de Orlando escrito primero que el suyo. Contreras terminó presentándose solo porque Daniel se devolvió para el hotel. Tenía un ego muy grande”.
Poco de eso conocía quizás la Cali guarachera que adoró a Daniel Santos y q ue lo acompañó hasta su último concierto en esta ciudad, en 1991, en el Teatro Municipal, acompañado de un bastón que le servía para esconder la incertidumbre de sus pasos. Daniel para entonces se teñía el cabello de negro como un artificio, inútil, para disimular la vejez. Y solo era capaz de lograr sus mejores tonadas sentado, y siguiendo las letras de sus canciones en papel.
Quedaba atrás el tipo que compraba telas en el centro para caminar hasta el Obrero y dejarlas en las manos prodigiosas de Esnel Possu, el sastre que le cosía sus vestidos de colores. El tipo que en sus tiempos mejores se fumaba en el parque del barrio un buen ‘porrito’ de marihuana. Daniel Santos hizo de su música testamento: “en el juego de la vida al morir nada te llevas, vive y deja que otros vivan”.
Comments (0)
Publicar un comentario