Nuevo reporte sobre Joe Arroyo
Texto del comunicado de prensa número 4:
“La Clínica La Asunción se permite informar que el paciente Álvaro José Arroyo permanece en la Unidad de Cuidados Intensivos de esta institución, con monitoreo constante de los signos vitales.
El paciente continúa bajo sedación (dormido), para su ventilación mecánica. Ocasionalmente abre los ojos cuando se le habla.
Sobre el compromiso multiorgánico, mantiene un medicamento para elevar la presión, y en programa de diálisis para permitirle eliminar las toxinas que no pueden hacer sus riñones.
Con respecto la infección, los estudios aún no revelan crecimiento de ningún germen en la sangre. El proceso es lento, no ha habido deterioro de su situación, sigue igualmente con el soporte de sus diferentes órganos. El cuerpo médico permanece atento a la forma como el paciente responda al tratamiento.
Agradecemos a los medios el respeto que han mostrado el día de hoy ante la petición de la Clínica de divulgar únicamente nuestros comunicados oficiales, respetando el derecho a la reserva y a la intimidad de nuestros pacientes”.
Tres notas aparecidas respecto a la figura de Arroyo:
El rey del carnaval. Fuente: SEMANA, Colombia
Además de ser un músico que ha marcado como muy pocos la historia musical de este país, el Joe Arroyo es un ídolo con todas las letras. Y no cualquiera. Es de las pocas figuras con seguidores en todas las regiones y en todos los estratos.
Nació en Cartagena en 1955, en medio de duras carencias, entre ellas, la de la figura paterna. Su barrio, Nariño, era el de los palenqueros, de ahí el rasgo africano que marcaría su música; muy joven aprendió las palabras de la lengua criolla de origen bantú -heredada de la que trajeron esclavos senegaleses- que luego aparecerían en muchas de sus composiciones.
Comenzó a cantar en el coro de su colegio, el Seminario Santo Domingo. Por esos días cantaba con un balde en la cabeza, de los que usaba para llevarle agua a su mamá, y alternaba entre el coro religioso y sus frecuentes apariciones en los burdeles de Tesca, antigua zona de tolerancia de Cartagena. Para entonces ya había decidido que lo suyo era la salsa, con Richie Ray y Bobby Cruz como referentes.
Pronto pasaría de cantarles a los obispos a alternar con varias bandas cartageneras y a conquistar la audiencia con el show que hacía en el programa Radio vigía, de la emisora Fuentes. Poco después se mudó a Sincelejo, bajo el amparo del maestro Rubén Darío Salcedo, quien lo mandó a guardar el 'Álvaro José' para bautizarlo 'el Joe'. Con la orquesta de Salcedo hizo sus primeras correrías por el país. Permaneció en ella hasta el día en que lo contactaron unos músicos disidentes de la orquesta Michi y su Combo Bravo. Lo necesitaban para un proyecto con un propósito claro: "Hacer salsa brava, a lo Richie Ray". Así nació La Protesta.
Como voz principal de La Protesta llamó la atención de Discos Fuentes, sello que lo reclutó en 1972 y de una vez lo puso a cantar en la orquesta estelar del momento: Fruko y sus Tesos, que acababa de perder a su voz principal, Piper Pimienta, por diferencias con Fruko. Con apenas 17 años conformó con Wilson Manyoma Saoko un dúo que dejó huella en la música tropical colombiana. La orquesta también le dio una denominación de origen, Colombia, a la salsa que tocaban. Toda una novedad.
De esta época son canciones que todavía hoy suenan, como Nadando, Manyoma, Confundido y El caminante. Después de casi una década de solo éxitos con Fruko, el Joe sintió que era hora de brillar con luz propia y, según ha dicho, movido por un sueño que tuvo, decidió montar su propia orquesta: La Verdad, proyecto que tardó varios años en despegar. En ese lapso tuvo una fuerte crisis de salud a la que llegó tras tomar la ruta de los excesos y que llevó a una emisora de Barranquilla a anunciar su muerte. Problemas con la tiroides por poco obligan a los médicos a extirpar esta glándula, lo que habría comprometido sus cuerdas vocales. Por suerte, a punta de yodo radioactivo se recuperó. Y de qué manera.
Vino entonces la cúspide de su carrera. Con La Verdad recorrió el mundo y entre 1985 y 1990 produjo un álbum por año, y cada uno traía un hit más arrollador que el anterior. De esta época es Rebelión, una declaración de principios, una canción sobre la opresión de los españoles a su pueblo que ha sido centro de jolgorios y estudios académicos por igual y que partió en dos su trayectoria. Con ella refrendó su ingreso a las grandes ligas de la música latinoamericana. Rebelión también le abrió las puertas de la BBC, que le dedicó un capítulo de una serie documental sobre músicos sobresalientes de todo el mundo. Por esta época también les cantó a los reyes de España en Expo Sevilla 92, el diario The New York Times se refirió a él como uno de los artistas más importantes del planeta y firmó en Inglaterra con el sello Island Records, el mismo de Bob Marley y U2. Además, ganó cuantos Congos de Oro quiso en el Carnaval de Barranquilla, y una noche de 1992 en la que festejaba sus veinte años de vida artística se dio el lujo de convocar a 60.000 seguidores en El Campín.
Tras alcanzar la cima, vino la retirada, a finales de los noventa. Ha pasado la última década en cuarteles de invierno, con pocas apariciones y muchas malas noticias, entre ellas una que lo devastó: la muerte de su hija Tania, en 2001. Todo esto entre múltiples complicaciones de salud: a sus problemas con la tiroides se sumaron una infección en los pies, fallas en los pulmones, hinchazones constantes en la piel, fatiga muscular y, por último, una insuficiencia renal.
Y es que su vida por fuera del escenario, mucho más nocturna que diurna, ha sido fuente de inspiración, pero también la causa de buena parte de estos problemas. "Joe siempre vivió al revés: a los 13 años, salía a las diez de la noche a cantar en los burdeles de Cartagena, volvía a las cuatro de la mañana y de ahí salía a estudiar a las siete. Desde entonces se acostumbró a ser un vampiro, a vivir de noche", asegura Mauricio Silva, autor de su biografía El centurión de la noche.
Y con la noche, sus peligros: las mujeres, que no le faltaron, el licor a borbotones y de ahí el salto a las drogas fuertes, sobre todo al bazuco, que desde muy joven lo atrapó y al que le hizo múltiples guiños en las letras de sus canciones. Nunca ha negado su consumo, pero tampoco lo ha proclamado. "Siempre quedó en el imaginario un tipo sabrosón que fuma bazuco y mete cocaína. No mandaba mensajes como David Bowie o el mismo Héctor Lavoe, no hizo nunca una declaración fuerte y polémica sobre el tema como sí lo han hecho tantos 'rockstars'. La gente se quedó con el negro chévere y bacano", dice Silva.
Un "negro bacano" que alcanzó, como ningún otro colombiano lo ha hecho, las grandes ligas de la música latina. "Él está en un olimpo con Celia Cruz, Ismael Rivera y Benny Moré", dice Silva.
La causa de su grandeza, lo que lo hace único es que, como ninguno antes lo había hecho, Joe miró al África y de allí tomó ingredientes para enriquecer sus trabajos, además de trajes y collares que lucía en los conciertos. Se propuso buscar las raíces no solo de su música, sino de su pueblo en este continente. Tendió un puente musical entre dos lugares con un pasado común. Y lo hizo no solo para enriquecer su repertorio. También se preocupó por reescribir la historia. Por darle voz a su gente afro. Y es que gran parte de su suceso se debe también a que supo decir cosas importantes. Sus letras tienen sustancia, no son las de la salsa romántica de los últimos años. Sabe hablar con elegancia del amor, pero también de las dificultades más cotidianas, de la noche y de las herencias de una cultura. Y todo con una voz prodigiosa.
Además, fue el primero que rescató sonidos tradicionales africanos y del Caribe y los fusionó con otros más contemporáneos. Así dio a luz a su 'joesón', como él mismo bautizó en 1985 a una música que cada vez se hacía más singular. Y tras el 'joesón' vino otro periodo fundamental en su carrera. "A partir de 1994, se dedica a la investigación del sabor caribe. Sus últimos éxitos fueron folclóricos: lejos de la salsa y el 'joesón', se mete más por el río Magdalena e incorpora a su repertorio canciones de cuna de las negras del río; bullerengues y chandés, entre otros", apunta Silva.
Todo esto le permitió darle un nuevo aire a la salsa y a la música colombianas. Abrió el camino por el que hoy transitan los grupos que mandan la parada. Así lo reconoce Simón Mejía, de Bomba Estéreo: "El hecho de retomar ritmos colombianos, de volver a mirar toda esa herencia africana que tiene la música para producir música y generar nuevos sonidos ha sido el punto de partida de Bomba Estéreo y esto es en gran parte herencia del gran Joe".
Viaje a las letras de Joe. Fuente: El País
Romántico y erótico, poético y narrativo, disoluto y espiritual, festivo e introspectivo: así es Joe Arroyo, ese ídolo humano, demasiado humano, de la salsa. Hoy en día combate contra una serie de graves enfermades, pero no es la primera vez que ha entrevisto el túnel del más allá.
Joe Arroyó lleva varias decadas soportando quebrantos cardiacos, pulmonares y renales, pagando el precio de los excesos y tratando de sanar sus penas de amor, como todos los mortales.
Pero Joe es único, porque esos dolores nunca lo redujeron a la melancolía o al pesimismo. Su música es una llama siempre viva y danzante, alimentada por su romanticismo, por el orgullo de ser afrodescendiente, por el consuelo que le traen su fe en Dios y su amor por Colombia.
Sus canciones
¡Te vengo a buscar, oh Tania!”
Joe Arroyo fue uno de los gigantes de la salsa reclutado por Julio Ernesto Estrada, más conocido como Fruko y líder de la legendaria agrupación ‘Fruko y sus tesos’. En 1974, Joe debutó como autor de letras musicales con ‘Tania’, a la que Fruko añadió un arreglo inspirado en los ritmos de Nueva Orleans, Brasil, el Caribe colombiano y el Rock ‘n Roll. Mauricio Silva, autor de ‘El Centurión de la Noche’, el único estudio biográfico y musical escrito sobre Joe Arroyo hasta la fecha, afirma que ‘Tania’ se inspira “en una mujer idealizada que Joe quería encontrar después de dejar todo atrás”. En esa época, Arroyo abandonó su Caribe natal para viajar a Medellín, persiguiendo la gloria artística.
“Joe siempre dijo que si tenía una hija la llamaría Tania”, cuenta Ley Martín, amigo de Arroyo. Según Martin, Adela, esposa de Joe en aquel entonces, dio a luz a una niña mientras la canción empezaba a oírse en toda Colombia. Pero Tania falleció en 2001, a los 26 años de edad.
“¡No le pegue a la negra!”
En1986, ‘Rebelión’ convirtió a Joe Arroyó en un artista mundialmente célebre. La canción cuenta la historia de un esclavo africano que se rebela contra su amo español al ver que éste tortura a su esposa.
La letra se destaca por su carácter narrativo.
“Joe dice que ‘Rebelión" no es una canción, sino un guión cinematográfico”, sostiene Ley Martín. La canción es tan famosa que, según el escritor Alberto Salcedo Ramos, Joe fue invitado a una cena de gala durante una de sus giras en España. En la cena estaba presente un miembro de la realeza española. El aristócrata le pidió a Joe que cantara ‘Rebelión’ a capella.
Cuando cantó, Joe omitió el fragmento “un matrimonio africano / esclavos de un español / él les daba muy mal trato...”, para no ofender a los presentes. El aristócrata, sin embargo, le hizo saber a Joe que prefería la letra original.
“¡Tú eres bendito, Papá!”
Joe Arroyo es uno de esos grandes artistas que han caminado sobre la cuerda floja de los excesos. No sólo ha encontrado el equilibrio en la música, sino en la espiritualidad.
Prueba de lo anterior es la cumbia ‘A mi Dios todo le debo’. “Yo que nací en cuna pobre / oye Papá / nunca me ha faltado nada /Desde muy niño luché / pa’ conseguir la fama”.
Además de sus adicciones, Joe se ha asomado varias veces al abismo a causa de su frágil salud. Para Julio Ernesto Estrada, Fruko, esta canción es una muestra de agradecimiento al Señor, tras haber superado un grave problema de tiroides.
Al componer ‘A mi Dios todo le debo’, Joe Arroyó transformó un simple y alegre estribillo, de posible origen haitiano, en un canto religioso que no tiene nada que envidiarle a los himnos del gospel. Esta cumbia pertenece al álbum de 1988 ‘Fuego en mi mente’.
Joe Arroyo, esta es la verdad. Fuente: El Heraldo, Colombia
En exclusiva y con la autorización de su autor, el empresario musical Marcos Barraza, quien fue durante 20 años representante artístico del ídolo cartagenero, publicamos el segundo capítulo del libro ‘La verdad’, que circulará desde el próximo mes de agosto.
CAPÍTULO II
Era ya 23 de octubre, habían transcurrido 47 días de haberlo hospitalizado y, precisamente, ese mismo día, se cumplían dos meses de alquiler, sin pagar la casa en donde vivíamos en el barrio Hipódromo de Soledad, municipio anexo al área metropolitana de Barranquilla, Costa Caribe de Colombia; municipio en donde queda el aeropuerto Ernesto Cortissoz a unos 200 km de Cartagena.
En mi bolsillo tenía 40.000 pesos. Los 2 meses de arriendo costaban $20.000. –¡Por fin! –exclamé, al momento que colgaba el teléfono. Acababa de hablar con el Joe, manifestándome que el médico le había dicho que en tres o cuatro días le daba de alta.
María, mi señora, que se encontraba sentada en la sala con mis tres hijas, Belkis, Eline y Derlis, de 6, 4 y 3 años, respectivamente, y Enrique Castañeda, q. e. p. d., mi amigo y compañero inseparable desde el bachillerato, me miraban ansiosos e interrogaron al unísono al escucharme –¿Qué pasó? –No es lo que ustedes piensan, les contesté. Sabía lo que pensaban, la noticia fatal que todos, desde un comienzo, esperaban “¡Joe ha muerto!”, –Es todo lo contrario, ya va a salir del hospital –les dije. –Ya era tiempo, de verdad que todos vamos a descansar –comento María, sin imaginar lo que todavía le esperaba.
–También es tiempo de que atiendas los negocios que bastante descuidados los tienes –me dijo Enrique. El problema que tengo es reunir $210.000 (dosciento diez mil pesos) aproximados, que debemos pagar en el hospital el 26 o 27, cuando deba salir. (En esa fecha, el Joe cobraba entre $120.000 y $140.000, yo cobraba por Juan Piña y la Revelación o por Diomedes Díaz, artistas de la música tropical a quienes representaba, entre $200.000 y $250.000. Eran los grupos más cotizados, para tener una idea de la magnitud de la deuda). Nuevamente María me increpó y reclamó.
–Espero que no hagas lo que estoy pensando, no puedes coger ese dinero también para lo del Joe, ¿quién le aguanta la lengua a esa señora (Blanca, la dueña de la casa) cuando venga por su plata? –Y viene mañana, afirmó mi amigo. Ellos sabían que tenía en el bolsillo nuestro único capital líquido que nos quedaba, los $40.000.
Era la primera vez que María me censuraba mis determinaciones. Había adivinado. Desde aquel 7 de septiembre hasta la fecha era mucho el dinero que había gastado en: hospital, médicos, transportes (22 viajes de Barranquilla-Cartagena-Barranquilla), medicinas, hoteles, alimentación para el Joe (no le gustaba la comida del hospital), alimentación para su esposa Adela, sus dos hijas –Tania, q.e.p.d., y Adelita–, para su mamá Ángela q.e.p.d.,y sus dos hermanos menores Ignacio y Jairo. La comida se la llevaban al hospital en forma compartida, 2 días se las hacía su mamá y 2 días la hacía su esposa, entre ellas había una marcada diferencia y desacuerdo en todo, por lo que tuve que intervenir y tomar esta determinación.
¡Me da mucha pena con la señora Blanca, pero, esta vez también tendrá que esperar!, le respondí a María, dejándole $5.000 (cinco mil pesos) para la comida de la semana. Salí a caminar, en ese momento quería pensar, con independencia, sin la presencia de mi familia. ¿Cómo iba a reunir esa plata?, si ya había recurrido a la ayuda de algunos personajes de Cartagena (los cuales pido disculpas por no nombrar) y la respuesta fue nula, ya antes había llamado pidiendo ayuda a Sayco (Sociedad de Autores y Compositores),su presidente me contestó –¿y, quién es Joe Arroyo, que no lo conozco como compositor? –Maestro, no repita esas palabras, por favor, que le pueden faltar el respeto (era Rafael Escalona q.e.p.d.). ¿Por qué?, me preguntó nuevamente. –Porque está ofendiendo al folclor y la música tropical de Colombia, le respondí. Continué diciéndole:
–Pregunte a sus colegas quién es Joe, y si deciden aportar algún dinero, envíenlo a la caja del Hospital Universitario de Cartagena; si tienen alguna inquietud anote mi teléfono 421031. Enviaron $50.000 (cincuenta mil pesos).
Caminaba por los alrededores de la casa para que mi familia no me oyera pensar en voz alta. ¿En donde voy a conseguir ese dinero? Se me ocurrió hacer una lista de personas de Barranquilla que podían colaborarme, y empecé con Gustavo Castillo García, era el periodista de mayor sintonía en sus tres emisiones de su Radio Periódico Informando –Marquitos, anóteme con $5.000 lucas, expresión popular, común en él. El segundo en la lista era Miguel Char, gerente de la cadena radial Olímpica y compositor de varios temas grabados por Joe, uno de ellos Alma navideña. –Apúntame con 10.000 pesitos. El tercero fue Roberto Esper Rebaje, dueño de la cadena radial La Libertad, ¿y ese dinero si llegará a su destino?, porque yo puedo hacer una maratón con las tres emisoras y lo que le recolecte se lo llevo al hospital. –Gracias, Don Roberto, no se moleste, perdóneme por importunarlo, le respondí. Salí rápido de esa oficina, sin embargo sentía que caminaba lento, me había ofendido y me dije “lo mismo pensarán todos los demás”. Les pido perdón por pensar así de ellos, pero ahora saben por qué no fui por los aportes prometidos.
Rompí la lista, comenzaba de cero nuevamente. La propuesta de Roberto no era mala, pero se trataba de conservar el good will comercial y la imagen del Joe, la idea era no hacer protagonismo de su desgracia, pero sí estimularle y levantarle la moral, bastante había tenido con el anuncio desaforado e insistente de los medios de comunicación de su ‘muerte’.
¡Eureka! Me acordé que Álvaro Velásquez (compositor de la popular canción El preso, y percusionista, que vive en Medellín, y excompañero de trabajo de Joe en Fruko y sus Tesos) me había comentado que Acinpro (Asociación Colombiana de Intérpretes y productores fonográficos) sociedad que se encarga de recaudar los derechos de difusión fonográfica de los intérpretes, nunca le había pagado un peso al Joe, y debía tener en depósito como recaudo por ese concepto una suma razonable, por lo menos más de $100.000 (cien mil pesos). Le pregunté a Joe al respecto, y me ratificó la información, aumentando la suma que, según él, debían pagarle.
Llamé a Acinpro para que me confirmaran si en verdad tenía regalías por pagarle, y me dijeron –Sí, señor Barraza, aquí tiene una buena suma para entregarle. –Por favor, consígnele ese dinero a la cuenta de la tesorería del Hospital Universitario, les dije. –No, señor, los cheques se entregan personalmente o con una autorización, me respondió una dulce voz femenina. Insistí para que consultara con su superior, así lo hizo, eso creo, y la respuesta fue la misma. ¿Cuánto tiene?, pregunté ansioso. –No podemos darle esa información, pero es una buena cantidad. Basado en esta respuesta y como el tiempo apremiaba, decidí viajar el día 25 de octubre.
Con la plata que tenía, compré un tiquete para Medellín, trayecto que me costó $12.500 (doce mil quinientos pesos), sin saber cuánto me costaría el regreso. Antes de embarcarme en el avión, llamé a Álvaro Velásquez para que me permitiera dormir en su casa. Él, gustosamente, no solo aceptó sino que me recibió en el aeropuerto Olaya Herrera, me acompañó y transportó en su carro y me dio la alimentación. Llegamos al día siguiente en la mañana a Acinpro, presenté la autorización firmada por Joe, y muy contentos esperamos que me entregaran el cheque. ¡Ya tengo para pagarle al hospital!, pensé en voz alta. –Señor Barraza, tome su cheque y firme el recibido. Habían transcurrido seis largas horas, y cuando lo tuve en mis manos... ¡Sorpresa! No lo podía creer, el cheque era por $25.000 (¡veinticinco mil pesos!), lo que me costaba el pasaje en los dos trayectos.
Nos trasladamos a la oficina del cantante y compositor Gabriel Romero, quien me había dicho que pasara por una colaboración que le iba a hacer al Joe. Así lo hice, siempre en compañía de Velásquez, y, en el momento que me iba a entregar $30.000 lo llamaron de Sabanagrande (Atlántico), su tierra natal, dándole la noticia de que su sobrina se había accidentado y necesitaban de su apoyo económico. En consecuencia nada más me dio $13.000.
Ese fue el resultado económico de mi viaje, y lo fue debido a que no me gasté un centavo, hospedaje, transporte y alimentación me fue suministrado por mi anfitrión.
Regresé a Cartagena con las manos vacías prácticamente, sí, con algo más de $35.000. Encontré al Joe con un pie hinchado, él me dijo que se había golpeado en el baño, una enfermera y su mamá me manifestaron lo contrario: había tenido una discusión con Adela (su esposa), y lo golpeó al parecer con un florero, lo que le había ocasionado una considerable hinchazón y, por ende, unos días más de hospitalización, irónica y contradictoriamente. Me dije para mis adentros “Menos mal”. Tenía unos días más para buscar la plata. Me despedí del Joe, tranquilizándolo: –No te preocupes, que yo consigo ese dinero, le prometí.
Estaba muy defraudado por lo de Acinpro, dolido por Discos Fuentes (su casa discográfica de 12 años, quien lo abandonó y a la que durante este tiempo le produjo grandes dividendos económicos por las grabaciones con Fruko y sus Tesos, Los Latin Brothers, Los Líderes, entre muchas marcas, y dos LP como solista); decepcionado de sus innumerables ‘empresarios’ (yo no lo era) y ‘amigos’; preocupado por su situación, no solo por lo que se le adeudaba al hospital sino también por lo que se le debía al médico Elí Hernández, quien lo atendió durante toda la estadía en el hospital; al psicólogo y siquiatra Cristian Ayola, quien en una de sus charlas o reportes del estado de recuperación del paciente me manifestó: “Es tan inteligente y recursivo que si me descuido es capaz de convencerme de que yo le traiga el vicio y fume con él”.
Al Dr. Algio De León (especialista en medicina nuclear, quien también hizo su aporte) ya le había pagado sus servicios especiales del tratamiento y suministro del yodo radiactivo (esta medicina no se encontraba en Colombia, y muchas personas colaboraron para traerla de Alemania, una de ellas fue Gabriel Romero).
Saliendo del hospital se me ocurrió la idea de hablar con la administración para que bajo mi responsabilidad y con la promesa de pagarles en 90 días lo dejaran salir, lógicamente firmando pagarés o letras. Me devolví y pregunté por el Director. –No está en la ciudad, se encuentra en Bogotá, me respondieron. ¿Quién lo remplaza?, pregunté. –El Subdirector, me contestaron nuevamente. Pedí que me atendiera, le manifesté mi propuesta y la respuesta fue un ¡No! rotundo. –El Joe no sale si no paga en efectivo hasta el último centavo, sentenció el funcionario, dejando caer su puño derecho en el escritorio. Era 26 de octubre.
Llegué a Barranquilla tarde la noche, María y Enrique ya no me reprochaban nada, simplemente se limitaban a escucharme. Esa actitud de las personas más allegadas a mí y con las que compartía mi diario vivir me perturbaba, bien o mal, ellos tenían razón, pero había abordado un barco pensando que era un pasajero más y estando en alta mar resulté siendo el capitán.
Al día siguiente me levanté muy temprano, pensando muchas cosas: ¿Dónde iba a conseguir ese dinero?, ¿qué iba a hacer con Joe o qué iba a ser de él si lo dejaba a la deriva, una vez saliera del hospital? Prendí la radio para escuchar las noticias, y salió la publicidad del baile de brujas que programaba el capitán Visbal q.e.p.d., el 31 de octubre en la caseta Matecaña, ubicada en el parqueadero del estadio Romelio Martínez, con capacidad para 10.000 personas sentadas; la programación artística era: Óscar De León, el Binomio de Oro, Juan Piña y La Revelación, y Diomedes Díaz. Sabía del afecto que le tenía el Capi Visbal al Joe, además de ser su fanático, por eso lo llamé, para que me prestara algo de dinero.
–¡Capitán!, ¿cómo está?, ¿cómo va esa programación? –Precisamente en usted estaba pensando, mijo, véngase para mi oficina urgentemente. Sin saber de qué se trataba, me le presenté inmediatamente, pues ahora tenía dos motivos para hacerlo. Sin esperar a que me sentara me preguntó por el Joe. –De él quiero hablarle. –Pero, ¿cómo está?, volvió a interrogarme autoritariamente, como era él. –Está bastante recuperado, le contesté. –Bueno, ya se salvó de esta, gracias a Dios y a ti, pueda ser que le sirva la lección, me dijo, y continuó: –Cuando lo visité en el hospital no pude aguantar las lágrimas, nunca me imaginé que se recuperaría. Y en seguida me dijo –¡Cómo te parece que Óscar De León no puede venir!, expresó casi a gritos, y siguió: No le entregan la visa de trabajo porque octubre es el mes del artista colombiano, necesito que me ayudes a buscar por quién lo remplazamos.
Me lo quedé mirando fijamente mientras en mi cabeza se desarrollaba una descabellada idea comercial y empresarial, por la que ninguna persona daría un peso en esos momentos, ni siquiera yo. ¿Qué te pasa?, ¿por qué te has quedado mudo y me miras así?, me preguntó. –Capi, yo le tengo la solución, la que le puede dar mejores dividendos económicos. –¿Cuál?, me interrogó ansioso.
–¡Joe Arroyo!, le contesté con firmeza. –¡Queeeé... No me jodas, estás loco!, si ese muchacho todavía está convaleciente y en el hospital, tú quieres que me linchen si lo anuncio y no llegara a presentarse. ¡Noooo...Olvídate de semejante locura!, me decía con los ojos exorbitados y con rabia, lo cual era común en él por su carácter y las secuelas de la diabetes.
Después de tratar de convencerlo sin resultado, le dije: –Capi, si no me lo contrata yo lo programo en cualquier calle de aquí y va a ser una peligrosa competencia para su programa. Al momento que me levantaba dirigiéndome a la puerta: –¡¡¡Barraza!!!, espera un momento, siéntate, por favor, me dijo en forma pausada. Él sabía que lo podía hacer. –¿Tú me prometes que Joe esté cantando siquiera dos canciones esa noche? –Se lo prometo, le respondí.
–¿Cuánto costaría la presentación? –De cinco canciones $300.000 (trescientos mil pesos), le contesté. –¡Cómo! Estoy oyendo mal o definitivamente el Joe te ha vuelto loco; si yo le pago $100.000 o 120.000 pesos. –Le pagaba, le dije. –Te pago $150.000.
–$250.000, es mi último precio, y no me deje levantar de la silla porque no regreso, le sentencié. –Está bien, esto solo se lo puedo creer a una persona como tú, si el Joe no llega me tengo que ir de Barranquilla, pero no tengo en el momento efectivo, te doy un cheque para que lo cambies por la taquilla.
Firmamos el contrato y me dio un cheque por $125.000. Llamé a Zoila Nieto (cantante que tenía una orquesta integrada por jóvenes semiprofesionales, dentro de los que se encontraban Checo Acosta, Chelito De Castro y Ricardo Ojeda El Pin, entre otros), les propuse que acompañaran al Joe y que se aprendieran por lo menos 10 canciones, arreglé pagarles $50.000, una muy buena suma de la época para ellos, ensayaron, lógicamente sin el Joe, al cual vieron fue en tarima.
27 de octubre y apenas tenía $160.000, en cheques. Me acordé de que poseía un revólver Smith & Wesson, calibre 32 corto (al que ni siquiera le alcancé a comprar balas) que había recibido como pago de una deuda. Un amigo (Darío Rada), para colaborar me lo compró por $50.000. Por lo menos ya tenía la plata para sacarlo del hospital. Llamé al Joe para decirle que iba por él. –Marcos, ¿cómo te parece, mi hermano, que me tuvieron que operar el pie porque se me maduró, y el médico dice que debo durar hospitalizado una semana más. ¡¿Que qué?! Esto no puede ser, tú tienes que salir como tarde el 30.
Al día siguiente, 28, me trasladé a Cartagena. Efectivamente tenía el pie grueso de la inflamación. Bajé a la administración y no me recibieron los cheques.
Ahora mis preocupaciones se multiplicaron. ¡La cuenta aumentaba, no tenía la plata en efectivo y corría el riesgo de quedar mal con los Visbal (padre e hijos), quienes con la publicidad, tenían a toda la ciudad y los medios en una increíble y ansiosa expectativa.
Era 30 de octubre y el doctor Hernández me dijo: –Si la hinchazón cede le doy de alta mañana, pero no puede calzarse, aclaró. El capitán Visbal llamaba cada media hora a mi casa, y no solo a mí sino al hospital, preguntando por la salida del Joe. Ya tenía toda la boletería vendida.
En mis continuos viajes a Cartagena había adelantado una negociación con el señor Arturo Montes, propietario del restaurante El Mesón de Rafa, ubicado en la avenida El Bosque, a unos 1.000 mt. de la Bomba del Amparo, para organizar en sociedad unos eventos bailables en las fiestas del 11 de noviembre, en los cuales estaba incluido el Joe, para lo cual debía adelantarme $30.000 pesos. Firmamos contrato y también me entregó un cheque posfechado.
Montes tampoco creía en lo que yo le estaba proponiendo, y tenía dos razones poderosas, una, el principal protagonista estaba hospitalizado, y la otra, era la primera vez que se realizaba un evento de esta magnitud en el marco de las fiestas novembrinas en esta zona de la ciudad.
Llegué como a las 11 p.m. al hotel Montecarlo, donde siempre me hospedaba, ubicado en en la Plaza Central, centro moderno de Cartagena. Me asignaron la habitación 208, contaba con $155.000 pesos en cheques y unos $100.000 pesos en efectivo. Cansado de buscar inútilmente quién me cambiara los cheques, después de bañarme, me tendí angustiado en la cama, mirando el techo de la habitación.
Sin poder dormir, pensaba desesperadamente qué hacía, a dónde recurría, quién me cambiaba esos cheques, me preguntaba repetidamente una y otra vez. Ya no teníamos tiempo ni para un ensayo. “¡Dios mío, ayúdanos! Ilumíname, muéstrame esa persona, ¡tú me metiste en esto y tienes que sacarme de este problema!”, le reclamé en voz alta con reverencia al que todo lo puede, le pedí perdón por mi tímido acto de soberbia, recé y me dormí.
¡Hauuu, hauu, hau, hau...! Unos fuertes, insistentes y variados ladridos que provenían de la calle me despertaron. La curiosidad me llevó a la ventana. Asomándome, vi cómo cinco perros atacaban a otro negro que hábil e imponentemente los mantenía a distancia. ¡El Perro! Sí, Jesús María Villalobos podía ser nuestra salvación (popular y exitoso comerciante, empresario de juegos, apuestas y espectáculos a quien cariñosamente así le decimos por su peculiar físico y sagacidad para los negocios).
Eran las 7:40 a.m. Me bañé y cambie rápido, me presenté en sus oficinas ubicadas en la avenida Pedro de Heredia, diagonal al mercado de Bazurto.Con gran optimismo lo solicité, eran las 9:00 a.m. ¿Que si usted es el empresario de artistas? –Sí, señor, le contesté al emisario. –Siga al fondo, por favor. –¡Barracita!, ¿cómo estás, a qué se debe tu visita, mi hermano?, me saludó muy expresiva y cordialmente.
Era la primera vez que lo visitaba, y nunca habíamos tenido negocio alguno. Le conté la historia y el motivo de mi presencia.
–Tú eres nuestra última esperanza, le dije.
Me miró fijamente, y con una sonrisa fría, bonachona y voz pausada y amplificada me dijo –Barraza, te voy a cambiar los cheques, pero te cobraré los intereses de un día para que no se te olvide lo que te voy a decir: El Joe nunca te va a agradecer esto, mi hermano, es más, si sale adelante de esta, va a negar todo esto que estás haciendo por él. Es mi paisano, lo queremos mucho por ser quien es, pero volverá a lo mismo, esa es la futura verdad –al tiempo que movía la cabeza afirmativamente.
–Gracias, Jesús María, pero no espero nada a cambio, ni siquiera eso, el que tú creas en mí ya es bastante.
Pagué la cuenta del hospital de casi $230.000 pesos, subí al 5º piso, el Joe se encontraba fuera de la habitación, recostado en uno de los pilares del edificio, de espaldas al pasillo por donde yo caminaba hacia él, con la factura en las manos, (que visiblemente tenía el sello de “Pagado”) y la orden de salida. Mi alegría era inmensa, por todo (porque después de casi dos meses por fin le demostraba a todo el mundo que el esfuerzo no había sido en vano, porque le iba a quedar bien al capitán Visbal, porque íbamos a ‘descansar’, sobre todo mi familia, por él, por su familia, por nuestro folclor, al que tanto le debía y le debo).
Cuando estaba a escasos dos metros de distancia escuché que le decía en voz alta a Adela (su esposa): ¡Ya te dije que ni en Marcos Barraza confío! –Tienes razón, Joe, no debes confiar en nadie, sobre todo en aquellos que se te acerquen cuando tengas lo que buscan, tu dinero.
–¡Marcos!, mierda, mi hermano, perdóname. ¿Ya pagaste?, ¿ya nos podemos ir? –Sí, recoge tus cosas, le dije, entregándole los documentos.
–Guárdalos de recuerdo y vámonos para Barranquilla.
Nos fuimos en bus, llegamos a eso de las 4:00 p.m. Lo hospedé en el hoy Hotel Sorrento de la calle 72 con 49, le compré un vestido entero color beige, corbata roja vino tinto y zapatos 42 para que le cupiera el pie hinchado (él calza 39).
Entraron al baile de brujas más de once mil personas, se quedó mucha gente por fuera. Cuando entramos, yo iba vestido de guayabera blanca, y escuchábamos cuando la gente decía “lleva el médico al lado”. A propósito de médico, los doctores Ely Hernández y Cristian Ayola nos fiaron sus servicios con la promesa de que cuando Joe se recuperara en lo económico, les pagaba. No sé si cumplió.
Con un enorme esfuerzo, por el dolor del pie que le impedía bailar, la incertidumbre mutua (Joe y orquesta) por no haber ensayado, un cuerpo débil que apenas pesaba los 55 kilos, la ansiedad de todos por verlo y principalmente por oírlo cantar, comenzó su primera canción: Tania. La gente lo aplaudió, lo vitoreaba con frenesí hasta llorar. Levanté la vista, respiré profundo y dije: –¡Gracias, Dios mío!
“¿Qué tipo de drogas consumiste?
–De todo, menos cocaína.
¿Hubo amigos que te ayudaron a salir del problema?
–En su gran mayoría se ausentaron de mi lado, pero hubo uno que estuvo siempre a mi lado, al que agradezco todo lo que hizo por mí en los momentos más difíciles, y que ahora es mi empresario, Marcos Barraza Campo.
Diario ‘Extra’, de Guayaquil, Ecuador 1-8-1990.
“MARCOS BARRAZA ha sido mi representante legal y leal. Fue el único al lado mío cuando estuve en cama. Estuvo pendiente de que no me faltara nada y de que mi imagen no fuera denigrada”.
El TIEMPO. Junio de 1991.
Sus principales agradecimientos al salir de la enfermedad iban para el joven promotor Marcos Barraza, quien se puso al frente de la crisis del cantante cartagenero y luego se convirtió en su representante; a los médicos y en general a todo el personal del hospital. “Cuando vivía en medio de cierta opulencia, todos eran mis amigos. Pero apenas ingresé al hospital muchos me olvidaron”.
LA PRENSA. Joe Arroyo, junio 21, 1991
¿Cómo se siente, hermano Joe?, le preguntó el periodista Rafael Sarmiento Coley en una entrevista para el diario ‘El Tiempo’.
“Hermano, más vencido por la tristeza de sentirme olvidado por todos, que por la enfermedad”.
¿Cuándo volviste a cantar?
“Apenas recobré fuerzas en la clínica. Me escapé en una silla de ruedas del Hospital Universitario. Yo no tenía cómo pagar la cuenta. Nunca más volví a la clínica. Todavía me buscan para que pague la cuenta”.
Revista Rolling Stone. Marzo 2004.
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