Antropología del "Salsero Erótico"
Fuente: El Tiempo de Puerto La Cruz, Venezuela
Por: Rafael Jiménez Moreno
Desde Caracas.- A hierro mató. A hierro murió. El salsero erótico, ese fenómeno de masas que irrumpió exitoso en el escenario de la música latina, tras dar de baja a los merengueros dominicanos, es hoy apenas un recuerdo. Un sonido turbio y una imagen borrosa que pueden consultarse, en clave de nostalgia, en el archivo de YouTube.
Su abrupta sustitución en la banda sonora del transporte público no puede inventariarse como el primero de sus infortunios. Desde sus pininos, el salsero erótico mereció el desprecio de los decanos de la música caribeña, exigentes críticos que siempre cuestionaron la calidad de sus interpretaciones. Una ojeriza rápidamente compartida por más de un aficionado a la denominada “salsa cabilla”.
Años de silencio calmaron las aguas, y la gente terminó por olvidar los rasgos característicos de la repudiada especie: jeans gastados, sacos de colores pasteles, corbatas tejidas, lentes oscuros y bigote tupido (Jerry Rivera fue único lampiño capaz de colarse en el hit parade). Hubo que esperar el advenimiento del reggaetón y el narcocorrido, con sus canciones plagadas de violencia y procacidad, para que se plantease la necesidad histórica de revisar la figura del salsero erótico y estudiar la influencia que tuvo en la sociedad de su tiempo.
No se trata aquí de ensayar la canonización de un alma réproba, sino más bien de aportar algunas ideas para enrumbar el análisis de una tipología. Un controversial punto de partida puede ser la fácil constatación de que el salsero erótico siempre bordea la pedofilia (“de niña a mujer” es el auténtico leit motiv de su repertorio). Su fino olfato de zorro viejo le permite identificar cualquier brote de menarquia en el barrio.
El salsero erótico descree de la genética. Las conclusiones científicas del religioso Gregor Mendel son, a su juicio, irrelevantes y descaminadoras. En su imaginario lujurioso, no vale de nada la carga cromosómica XX. La forja de una mujer, para materializarse realmente, demanda el auxilio amatorio de un salsero erótico. Una mujer sólo es una mujer cuando “hace el amol” hasta el amanecer.
Hecho curioso: a pesar de propagar la necesidad de llevar a cabo un rito iniciático (la inmolación del himen), el salsero erótico no pertenece a una tribu sino que es un ciudadano del mundo, un marinero que pernocta y tempera en diferentes puertos. Un nómada insólito, porque íntimamente reconoce la existencia de una única casa: la cama. Ella es su hábitat. Ella es su selva. Allí reina y bate su guedeja. Allí deja escuchar sus rugidos, el crepitar de un ardiente deseo.
Los salseros eróticos tienen por regla de oro “hacel el amol” en un viejo motel, de pobres luces, de todos el peor. Una barraca apestosa, cundida de alimañas, con canales televisivos para adultos, que mágicamente se convertirá en un suntuoso palacio, un Taj Mahal, gracias a los efectos psicotrópicos y alucinógenos producidos por las “caricias prohibidas” y los besos de fuego dosificados por el amante consumado (“Es casi un hechizo”, diría Jerry Rivera).
Cuando se analizan las letras más populosas del cancionero erótico es fácil notar que la composición de piezas musicales reproduce, en pequeña escala, las formas y recursos narrativos del drama clásico. De allí que pueda identificarse un nudo argumental que se resume en un único conflicto: dos seres esclavizados por el deseo enfrentan a una sociedad pacata y tradicional que se opone a su unión carnal. La acción es desarrollada por un conjunto de personajes, entre quienes destacan tres tipos arquetipales: a) el protagonista, encarnado por el salsero erótico; b) la protagonista, una niña que se convierte en mujer, pero luego se niega a satisfacer los más secretos anhelos de su cuerpo; y c) la contrafigura, quien generalmente suele ser el mejor amigo del salsero erótico o un prometido con problemas de impotencia sexual.
Los salseros eróticos, como los unicornios, van desapareciendo. Pero la historia sin duda los absolverá, porque sus letras subidas de tono consiguieron darle voz al deseo irrefrenable de tímidos amantes. Dale pa’bajo.
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