¡Graciela, Qué Mujer!
Fuente: Diario de Cuba. Por: Armando López
Los grandes soneros no se lloran, y menos a Graciela, que hizo gozar a Nueva York y al mundo, al ritmo de las congas y los metales de la legendaria orquesta de Mario Bauzá, donde crecieron Dizzy Gillespie y Tito Puente y se hizo leyenda Chano Pozo.
Graciela, la creadora de Ay José y Sí, sí, no, no, la voz contralto de tiernos matices, la mulata cubana que puso de pie al negro Teatro Apolo, y rompió las barreras raciales de Harlem, para ser la atracción de blancos y judíos en los clubes niuyorkinos Palladium, Birdland y Habana-Madrid, falleció a los 94 años.
Graciela Pérez, mejor Graciela (a solas), la cantante todo terreno, que lo mismo le metía a un son, que a una guaracha o a un sufrido bolero (con clave o con swing) contagiaba alegría cubanísima.
Que lo digan los 10 mil latinos y anglosajones que celebraron con ella su 93 cumpleaños en los jardines del Lincoln Center, o las enfermeras del Hospital Prebisterian, de Manhattan donde la operaron “de la bomba”, como llamaba la hermana de Machito al corazón. Que lo digan los críticos que la calificaron como la “Primera Dama del Latin Jazz”.
“Hasta los años 60, no se decía latin jazz, sino jazz afrocubano, tampoco se decía salsa, sino son y guaracha, y el bolero era bolero y no otra cosa que ni se sabe”, protestaba Graciela, a sus muchos años, en su cuarto de hospital, porque nunca tuvo pelos en la lengua, y muchas broncas que se buscó con músicos puertorriqueños, colombianos y panameños, que reclamaban su parte del pastel cuando a la música cubana, por el embargo (o por encargo), la desterraron de la radio.
Graciela, hija de un torcedor de tabacos, nacida en el habanero barrio de Jesús María, tenía 17 años cuando se unió a la rara Orquesta Anacaona en 1933. Rara, sí, porque nadie entiende cómo en la machista sociedad cubana, a Concepción Castro (alías Cuchito), se le ocurrió formar con sus hermanas la primera orquesta femenina que se sepa para dar tremendo palo en los Aires Libres habaneros. Graciela grabó con las Anacaona para la RCA, Maleficio, Bésame Aquí, Bueno Algo, Olvidable Amor… y con las siete hermanas, se presentó en 1937 en el Havana-Madrid de Nueva York, su primera visita a la Gan Manzana.
Contaba Graciela en sus ‘cocinaítos’ (le encantaba que la visitaran y no paraba de contar anécdotas) que llegó con las Anacaona a París en 1938, y por ser una banda de mujeres, les llovían los contratos.
Pero la Segunda Guerra Mundial les aguó la fiesta y tuvieron que regresar a La Habana, donde, por un tiempito, cantó con un trío hasta que en 1943, su cuñado Mario Bauzá (casado con su hermana Estela), la llamó a Nueva York, para sustituir a su hermano Machito (Frank Pérez), reclutado por el ejercito estadounidense.
“La gente cree que Machito era el director de los Afrocubans, nada de eso, no era más que un cantante -aclaraba Graciela a sus amigos. Mario dirigía la banda, le dio el sonido afrocubano, mezclando congas y batás con el jazz. Fue Mario quien creó el afrocuban jazz, él trajo a Chano Pozo a Nueva York, ayudó a Dizzy Gillespie, a Quincy Jones, a Tito Puente, a Ella Fitzgerald y a mí”.
El Hall of Fame (ILMHF) de Nueva York incluyó a Graciela entre sus ilustres miembros. La cantante recibió el Chico O’Farrill Lifetime Achievement Award en el 2006 y fue nominada varias veces para el premio Grammy. Aunque no lo quería: “El Grammy está desprestigiado, se lo entregan a cualquier gritón desafinado”, me dijo en su apartamento, el 23 de agosto pasado, en medio de un grupo de amigos que celebrábamos su cumpleaños 94, entre ellos sus inseparables amigas las Hermanas Márquez.
Machito murió en Londres, el 16 de abril de 1984, de un infarto. Mario Bauzá , el 11 de junio de 1993, de un cáncer.
Graciela Pérez, o simplemente Graciela, la niña de seis años de quien María Teresa Vera profetizó que sería una gran cantante, la Primera Dama del Latin Jazz, falleció el 7 de abril del 2010, a los 94 años, porque “la bomba” le dejó de funcionar. ¡Qué mujer!

Graciela, la creadora de Ay José y Sí, sí, no, no, la voz contralto de tiernos matices, la mulata cubana que puso de pie al negro Teatro Apolo, y rompió las barreras raciales de Harlem, para ser la atracción de blancos y judíos en los clubes niuyorkinos Palladium, Birdland y Habana-Madrid, falleció a los 94 años.
Graciela Pérez, mejor Graciela (a solas), la cantante todo terreno, que lo mismo le metía a un son, que a una guaracha o a un sufrido bolero (con clave o con swing) contagiaba alegría cubanísima.
Que lo digan los 10 mil latinos y anglosajones que celebraron con ella su 93 cumpleaños en los jardines del Lincoln Center, o las enfermeras del Hospital Prebisterian, de Manhattan donde la operaron “de la bomba”, como llamaba la hermana de Machito al corazón. Que lo digan los críticos que la calificaron como la “Primera Dama del Latin Jazz”.
“Hasta los años 60, no se decía latin jazz, sino jazz afrocubano, tampoco se decía salsa, sino son y guaracha, y el bolero era bolero y no otra cosa que ni se sabe”, protestaba Graciela, a sus muchos años, en su cuarto de hospital, porque nunca tuvo pelos en la lengua, y muchas broncas que se buscó con músicos puertorriqueños, colombianos y panameños, que reclamaban su parte del pastel cuando a la música cubana, por el embargo (o por encargo), la desterraron de la radio.
Graciela, hija de un torcedor de tabacos, nacida en el habanero barrio de Jesús María, tenía 17 años cuando se unió a la rara Orquesta Anacaona en 1933. Rara, sí, porque nadie entiende cómo en la machista sociedad cubana, a Concepción Castro (alías Cuchito), se le ocurrió formar con sus hermanas la primera orquesta femenina que se sepa para dar tremendo palo en los Aires Libres habaneros. Graciela grabó con las Anacaona para la RCA, Maleficio, Bésame Aquí, Bueno Algo, Olvidable Amor… y con las siete hermanas, se presentó en 1937 en el Havana-Madrid de Nueva York, su primera visita a la Gan Manzana.
Contaba Graciela en sus ‘cocinaítos’ (le encantaba que la visitaran y no paraba de contar anécdotas) que llegó con las Anacaona a París en 1938, y por ser una banda de mujeres, les llovían los contratos.
Pero la Segunda Guerra Mundial les aguó la fiesta y tuvieron que regresar a La Habana, donde, por un tiempito, cantó con un trío hasta que en 1943, su cuñado Mario Bauzá (casado con su hermana Estela), la llamó a Nueva York, para sustituir a su hermano Machito (Frank Pérez), reclutado por el ejercito estadounidense.
“La gente cree que Machito era el director de los Afrocubans, nada de eso, no era más que un cantante -aclaraba Graciela a sus amigos. Mario dirigía la banda, le dio el sonido afrocubano, mezclando congas y batás con el jazz. Fue Mario quien creó el afrocuban jazz, él trajo a Chano Pozo a Nueva York, ayudó a Dizzy Gillespie, a Quincy Jones, a Tito Puente, a Ella Fitzgerald y a mí”.
El Hall of Fame (ILMHF) de Nueva York incluyó a Graciela entre sus ilustres miembros. La cantante recibió el Chico O’Farrill Lifetime Achievement Award en el 2006 y fue nominada varias veces para el premio Grammy. Aunque no lo quería: “El Grammy está desprestigiado, se lo entregan a cualquier gritón desafinado”, me dijo en su apartamento, el 23 de agosto pasado, en medio de un grupo de amigos que celebrábamos su cumpleaños 94, entre ellos sus inseparables amigas las Hermanas Márquez.
Machito murió en Londres, el 16 de abril de 1984, de un infarto. Mario Bauzá , el 11 de junio de 1993, de un cáncer.
Graciela Pérez, o simplemente Graciela, la niña de seis años de quien María Teresa Vera profetizó que sería una gran cantante, la Primera Dama del Latin Jazz, falleció el 7 de abril del 2010, a los 94 años, porque “la bomba” le dejó de funcionar. ¡Qué mujer!
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