15 jun 2009

Juan Formell: Doctor en Arte

Por Pedro de La Hoz. Fuente: Granma, Cuba

¿Juan Formell Doctor en Arte? ¡Sí señor, cómo no! Más que honrar al músico, se honra la academia con esa decisión. El Instituto Superior de Arte, al enaltecer la jerarquía del titulado honorífico, consagró al gestor de uno de los aportes culturales más significativos del último medio siglo cubano, y saldó una deuda con quienes, desde un entrañable vínculo con la sensibilidad y la psicología social de nuestro pueblo, han proyectado universalmente su identidad.

La música para bailar tiene un antes y después de Formell. Con Los Van Van, en 1969, se inició un nuevo capítulo en una de las zonas de mayor tradición y riqueza de nuestra cultura musical. Es necesario enfatizar el dato, puesto que la memoria suele ser frágil. Habrá alguna vez que repasar ciertos hitos acontecidos ese año para valorar cómo la creación sonora de la isla cambió para siempre a partir de entonces.

Eran los días en que Chucho Valdés, ya establecido como pianista de la Orquesta Cubana de Música Moderna, está en su mejor época bajo la batuta del inolvidable Armando Romeu, comenzaba a darle vueltas en su cabeza a Misa negra, la obra con la que unos meses después en el Jazz Jamboree, de Polonia, sorprendería al mundo con los anticipos de la nueva ruta del jazz latino.

La vanguardia de la nueva trova, que había mostrado credenciales con Pablo, Silvio y Noel en los conciertos de Casa de las Américas, se nucleaba en el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, fundado por Alfredo Guevara y Leo Brouwer.

El propio Leo pone fin a la revisión de una partitura trascendental para orquesta sinfónica: La tradición se rompe pero cuesta trabajo. Roberto Valera compone una de las piezas más emblemáticas del repertorio coral en la isla, Iré a Santiago.

Formell había decidido emprender un camino propio con Los Van Van, nombre surgido al calor de la quijotesca hazaña en la que estaba envuelto todo el pueblo, la realización de una zafra azucarera descomunal. Se decía entonces: Los Diez Millones van. El bajista y compositor acababa de aportarle sangre fresca a la orquesta Revé.

Quizás para algunos lo innovador pasaba por el ropaje externo de la agrupación: la guitarra y el bajo eléctricos, los violines alternados con los metales, la flauta de sistema en primer plano, como después se haría notar la introducción de los trombones y la primacía de la batería sobre los timbales.

Pero el cambio era mucho más radical. Apuntaba a la mismísima esencia del son, enriqueciendo su ritmática, sus acentos, su timbre y su contenido. Asimilaba los hallazgos más cuajados del rock y el pop en un proceso de acriollamiento sin concesiones. Satisfacía las nuevas demandas del bailador con estímulos coreográficos a su vez novedosos. Ese fue el punto de partida de Los Van Van y ha sido el eje constante de su ulterior desarrollo.

A estas alturas, en que Arrasando, el más reciente fruto de la cosecha discográfica de Juan Formell y Los Van Van se nos presenta como una nueva vuelta en la espiral ascendente de sus trayectorias, aquel episodio que originó el tema No soy de la gran escena ha quedado como el patético ejemplo de una descalificación irresponsable. A propósito del Doctorado en Arte para Juan, sirva para alertar cómo todavía por ahí asoman pretensiones de confundir lo kitsch con lo popular, lo almibarado con lo culto, lo transitorio con lo medular.

Una visión abarcadora, desprejuiciada e integral de nuestros procesos culturales se abre paso. El caso de Juan Formell y Los Van Van es un símbolo.

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